En el solsticio
de diciembre, en especial en las culturas romana y celta, se festejaba
el regreso del Sol. A partir de esta fecha los días empezaban a
alargarse. Esto se atribuía a un triunfo del Sol sobre las tinieblas,
que se celebraba con fogatas. Posteriormente la Iglesia Católica decidió
situar en una fecha cercana, el 25 de diciembre, la Natividad de
Jesucristo,
otorgándole el mismo carácter simbólico de renacer de la esperanza y de
la luz en el mundo y corrigiendo así al mismo tiempo el significado de
la festividad pagana previa, denominada Sol Invictus.